lunes, 28 de enero de 2008

Cajas del Tiempo

Caja Primera

Torre Oriente de la Catedral de la Ciudad de México, 15 de enero de 2008. En la realización de trabajos de restauración-conservación de este edificio, en específico la torre oriente, es hallada una caja o cápsula del tiempo.

Al parecer, fue ni más ni menos que el arquitecto quien concluyó las torres y parte de la fachada principal, José Damián Ortiz de Castro (quien ganó por concurso la obra del diseño de la fachada que él mismo diseñó), junto con el maestro cantero, Tiburcio Cano, los encargados de enterrar la caja en la torre en el año de 1791.

Ortiz de Castro moriría en 1792 dejando inconclusas las obras que el famosísimo Manuel Tolsá se encargó de terminar más de diez años después.

La caja o pequeño cofre de plomo es presentado al público y develado su contenido que incluye: medallas religiosas, monedas de uso corriente de la época, un relicario con un trozo de vestimenta de San Antonio de Padua, y un pedazo (de su cuerpo, es de suponerse) de San Juan Nepomuceno, un misal o libro de oraciones, una serie de cinco grabados de santos cuidadosamente escogidos por sus cualidades para que protejan a la catedral; Santa Bárbara por ser patrona de los rayos y centellas, por ejemplo, y algunos otros artículos de corte religioso principalmente.

Al parecer, era costumbre regular enterrar cajas del tiempo al terminar una obra, especialmente de la magnitud de una catedral.



Caja Segunda

¿Qué tienen en común los sonidos de las letras K, E y O? Pues son, supuestamente, los sonidos más comunes utilizados en las lenguas más utilizadas hoy en día (no estoy seguro cuáles sean esas, pero el Español seguro estará entre ellas).

Juntando estas letras se le da el nombre a un satélite-proyecto que deberá de ser lanzado en dos o tres años al espacio, y cuya misión será, única y exclusivamente llevar mensajes en unos CD ROMs por parte la humanidad y dirigida a nosotros mismos, o más bien a las sociedades que habiten la Tierra dentro de cincuenta mil años.

La idea es que el satélite KEO, esta suerte de caja del tiempo voladora, salga a dar la vuelta al espacio durante 50,000 años y luego re-ingrese a la atmósfera terrestre pasado el término mencionado. La cápsula o satélite va protegido contra altas temperaturas, contra choques de basura espacial que circulan la Tierra (habrá quien diga que esto es más de lo mismo), y claro, llevará instrucciones de cómo tocar estos CD ROMs para aquellas lejanísmias sociedades del futuro.

Todo este asunto es idea original (aunque ni tan original, que cosas similares se han hecho antes, como otro satélite llamado LAGEOS, que regresa a la Tierra en 8.4 millones de años, o sea, cosa de nada), de un francés llamado Jean-Marc Phillipe, y su novedad consiste en que uno puede mandar el mensaje que uno quiera ingresando a la página Web de este proyecto (http://www.keo.org/), y mientras no pase de los seis mil caracteres y dependiendo de que algún comité o consejo de algún tipo crea que el mensaje sea apto, relevante y pertinente para nuestros descendientes, claro está.



Caja Tercera

Robert Capa fue el nombre de uno de los reporteros gráficos o fotógrafos periodísticos, como quiera uno llamarles, más famoso de toda la historia. De hecho, hay quien opina que él inventó la profesión. Nacido en Budapest en 1913 y originalmente llamado André Friedmann, tuvo que huir de su país por sus creencias comunistas y de Alemania y Francia a donde se refugió luego, por ser judío.

Lo que lo hicieron famoso fueron sus fotografías de guerra, y guerras eran lo suyo de verdad, estuvo en la Guerra Civil Española, donde fue que agarró experiencia fotográfica, estuvo en Nápoles en el momento en que los aliados bombardearon la oficina postal de esa ciudad, estuvo en el frente de batalla fotografiando la toma de Normandía (D-Day), la Primera Guerra de Indochina (guerra que, alargándose casi 20 años, fue luego conocida como la guerra de Vietnam), y murió ahí al pisar una mina que le destrozó una pierna y le abrió el pecho para matarlo casi instantáneamente, en 1954. No había cumplido los 41 años aún.

Era, según los que lo conocieron, un aventurero, mujeriego (entre sus amoríos se encontraba Ingrid Bergman) y macho al estilo Hemingway, el cual era, coincidentemente, uno de sus compañeros de borracheras.

Capa fundó junto con otros fotógrafos, entre ellos con Henri Cartier-Bresson, otro fotógrafo excepcional, la agencia fotográfica Magnum, y pasó a la historia por su audacia, su estilo de vida y, claro está, por sus fotografías.

En 1940, una caja con 127 rollos de negativos de fotografías de Capa, Gerda Taro (compañera sentimental de Capa y fotógrafa también), y David Seymour, tomados durante la Guerra Civil Española, llegaron a manos de un general mexicano y diplomático de nombre Francisco Javier Aguilar Martínez, quien en esa época fungía como cónsul de México en Marsella.
Nadie sabe cómo fue a dar esta caja a sus manos, pero eventualmente, la caja llegó a Ciudad de México, donde fue olvidada entre las pertenencias de este señor, quien probablemente ignoró toda su vida el valor que tenían esos negativos.

En diciembre de 2007, después de casi una década de que los herederos de la familia del general se dieran cuenta del valor de la caja, uno de los descendientes entró en pláticas con representantes de la International Center for Comtemporary Photography en Nueva York y la famosa caja, conocida por los expertos de la obra de Capa como el "mexican suitcase", resurgió a la luz.

El mexican suitcase había sido dado por perdido completamente y se asumía como una baja más de la guerra y por tanto el descubrimiento adquiere tintes novelescos y sacude al mundo de la fotografía. Imágenes de guerra, imágenes de sufrimiento, y una foto inusual entre ellas, la de Gerda Taro durmiendo, han dado la vuelta al mundo, y quedan unas 3500 fotografías por revelar. Habrá que ver que otras sorpresas trae cosigo esta otra caja del tiempo.

Postdata

Llámenme sentimental, cursi o simpletón, pero a mí esto de las cajas del tiempo me fascinan. Hay algo inherente a nosotros en querer extender un vínculo con el otro, el que vive al otro lado de nuestro mar, al imaginario o imaginado, que es el extraño pero no lo es, porque es como nosotros, que busca contacto y entendiemiento, que busca que alguien le diga que sí, que el o ella también se sienten solos, tristes o alegres, que ellos también están perdidos en el universo y sin saber de qué va la cosa. Existe algo acerca de lanzar una botella al mar, un satélite al espacio, e imaginar quién carambas va a leer nuestro mensaje. Existe algo de fascinante en imaginar que habrá pensado el arquitecto de la catedral al enterrar la caja junto con Don Tiburcio ese día de 1791 en la naciente capital de la Nueva España.
¿Se habrá imaginado que algún paisano suyo, colega suyo (yo también soy arquitecto), quien vive en Suecia, por medio de un aparato electrónico, y una red mundial de comunicación, iba a leer acerca de su vida y su cajita enterrada, 217 años más tarde?

Llegará alguien a leer los mensajes de una bola de despistados del 2008, dentro de 50,000 años? Estaremos aquí, o mejor dicho, estarán ellos aquí? ¿Cómo se verán? Tal vez para entonces ya no tendrán los dedos meñiques del pie, que dicen que perderemos por evolución, ¿o tendrán autos voladores? ¿mega ciudades magníficas con edificios altísimos? ¿seguirán haciendose la guerra y abusando unos de otros como hacemos nosotros, o serán gente pacífica y mega civilizada?

¿Qué habrá pensado Capa si viviera y alguien le comunicara que en México alguien había hallado sus fotos perdidas de la Guerra Española? Seguro le habrían traído todas las memorias del mundo, un lágrima tal vez hubiera derramado, así como cuando nosotros nos topamos con un juguete de la niñez, una foto, una carta de un amigo o un amor perdido, y de súbito los recuerdos nos invaden, y todo comienza de nuevo, todo adquire una perspectiva diferente, de lo que hemos hecho, los lugares donde hemos estado, las personas que se han ido, qué tanto hemos hecho o dejado de hacer, o qué tanto años han pasado, y que en realidad y pensándolo bien, se han ido como un suspiro, o como agua entre las manos.

¿o no?

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